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El ungüento

Esa noche no hubo pajar ni cubil de bestia que nos recogiera, así que dormimos al raso.
Alexis López Vidal access_time 6 min lectura

Me punzaba el estómago como si a fuerza de pasar hambres me hubiera hartado a dentelladas de púas de alambre, que se me retorcían en el intestino dibujando una madeja de robín y carne; pero eran las mismas ganas de probar bocado. Hacía tres jornadas que dejamos el pueblo y recorrido los caminos polvorientos entre ermita y ermita, mendigando coscurros negros que se hacían carbón contra el diente y asperón sobre la lengua.

– Andamos cerca – dijo padre, sin desviar la mirada del frente, cuando rozamos un mojón a la vera del camino.

Caminamos otro día más bajo la solana, yo siguiendo sus pasos con los míos, de crío, que eran más cortos y afanosos. Esa noche no hubo pajar ni cubil de bestia que nos recogiera, así que dormimos al raso. Bajo las estrellas, a las que mostramos el desdén del ignorante, nos arrebujamos en la pelliza buscando la paz del sueño. Oí gritos sin consuelo, vi sombras que se arrastraban como culebras y terminaban en zarpa que me buscaban para llevarme con ellas, grité entonces y me desperté. A las pesadillas las alimenta el hambre.

Proseguimos la marcha cuando el alba apenas despuntaba y era mediodía al arribar a una villa majestuosa, levantada en la proximidad de un prado. Ya en la distancia destacaba una torre a modo de minarete y la fachada, cuajada de arcos y capiteles, relucía como el lomo escamoso de un dragón. A poco de enfilar el lindero que conducía a la entrada nos recibió lo que yo entendí como un verraco de piedra, aunque tenía el lomo más arqueado que los que contaba vistos, y las fauces se le salían de la boca como no pudiendo contenerse dentro; igual de viejo que el mundo, el tiempo y las lluvias habían pulido sus líneas y nada pude entender del tipo de animal que figuraba.

***

Llegados a la casa nos dieron el alto y padre intercambió unas palabras con un jornalero que nos llevó por la parte de atrás a una cocina tan rica como nunca hubiera soñado. Colgaban fiambres, descansaban quesos y cobraban el color dorado de la era unos panes grandes en un horno. El jornalero le dio unos dineros a padre como nunca, tampoco, supe que podían darse juntos.

– Ya anduvimos – dijo padre, sin desviar la mirada del frente, y con una mano abierta que empujó mi espalda me dejó a los pies del jornalero.

Lloré lo que las ansias de pan y queso, de cecina y leche, me dejaron penar entre bocado y bocado sin que los sollozos se llevaran más trabajo que el comer. Y mientras lo hacía, comer y llorar, llegó una vieja que me hincó un dedo huesudo como la pata de un pollo contra el costado, me pellizcó los cachetes, me abrió de par en par un ojo y pareció mirar los humores y recogió con la uña retorcida y amarilla una de las pocas lágrimas que dejé pacer con libertad. Acercándosela a la nariz minúscula, que parecía topillo, hizo ademán como de olerla.

– Bueno es… – concluyó. Dirigiéndose al jornalero, añadió – Que lo laven.

Una chacha me restregó jabón en una tina, zambulléndome a cada instante, frotando mis cabellos y maldiciendo por los nudos que encontraba entre las greñas. Las peinó y después en un aparte las cortó con tiento, que apenas si me reconocí en un espejo que me dispuso ya sin los mechones sobre la frente, sin la roña y ataviado con un camisón de lino.

***

Caía la tarde y a través de los ventanales que me iba encontrando al ser llevado por una escalera, que crujía con cada paso, se filtraba una luz ocre cuando el vidrio no estaba tintado, pero también azul, verde y violácea porque la policromía era rica y me pareció que representaba un cabruno y gentes que bailaban a su alrededor.

En la planta superior el pasillo era amplio, alfombrado con una moqueta tan mullida que ahora los pasos habían callado mientras nos internábamos dejando atrás puerta tras puerta. Al fin hallamos una habitación con el paso franco. Tenía dos camas dispuestas, una mesa de noche con una lampara y varios libros desparramados; la cama de la derecha estaba primorosamente preparada, en la de la izquierda dormitaba otro crío, más o menos de mis años, pálido y sudado. Se inquietó un tanto con nuestra llegada, musitando entre fiebres, pero sin llegar a abrir los ojos del todo. La chacha me indicó que la otra cama era para mí y se marchó. Comenzaba a caer la noche y me pudieron el sueño, el abrigo de las mantas y el colchón mullido.

Hecho a dormir en los caminos y por los miedos de las fieras y los maleantes, todavía me seguían las pesadillas, de modo que me desperté como era costumbre ahogando un grito. Más allá del pasillo me llegaban nítidos los crujidos de la escalera, porque esos mismos miedos también me hicieron espabilado, y silenciados aquellos cuando la cercanía era tal que andarían hollando la moqueta, oí sus voces quedas en la oscuridad. Era la vieja topillo quien hablaba.

– …aunque sean pocas las mantecas de ese cuerpo esmirriado, las sacaremos y haremos un ungüento sanador para el señorito. Tápale la boca con la mano, que no ha de gritar…

No tuve tiempo de hacer gran cosa. Se abalanzaron sobre la cama, impidiendo que gritara, y en volandas fue llevado un cuerpo de niño mientras la luna plena y cómplice era testigo de su final, clavado en un garfio entretejido en el espinazo. Golpeado para ablandar su carne y esputado de versos maldecidos para soliviantar su espíritu, de su grasa produjo el niño un ungüento milagroso. Lo aplicaron al convaleciente y este dejó atrás la enfermedad para sentirse vigoroso y repleto de vida.

***

– Aunque nada de prodigioso tuviera el ungüento, padre, porque lo que había tramado yo, para salvar mi vida, fue el cambiarme de cama con el enfermo.

Los años habían encanecido el pelo ralo de padre, que aún me miraba incrédulo desde un rostro de batracio, abotagado y vacilante.

– Ya anduviste – dije, sin dejar de mirar al frente, mientras ordenaba que lo clavaran en un garfio para sacarle las mantecas.


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El autor

Alexis López Vidal (Torrevieja, Alicante, 1979) es autor de artículos y relatos, ensayista y novelista. Ha obtenido diversos galardones de narrativa y poesía.
  • ISNI: 0000 0004 7765 6040

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