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La Navidad de Billy Davis

Una larga hilera de niños nerviosos y padres exasperados se prolongaba a su izquierda ...
Alexis López Vidal access_time 4 min lectura

Billy Davis creció en un suburbio de Innsmouth, un arrabal tan cercano al astillero que las ratas recorrían sin prisa el pasillo angosto y cuajado de humedades que desembocaba en la puerta de su dormitorio. A la edad de siete años acudió de la mano de su madre al centro comercial White Pillars, al este de la Autopista Interestatal, un enclave sórdido para una superficie de tiendas minoristas y restaurantes familiares de no ser por los bellos jardines que conforman el campus de la cercana Universidad de Miskatonic.

A medida que el utilitario de la señora Davis se aproximaba al parquin saturado de automóviles, recibieron la navideña bienvenida que conformaban un conjunto de renos de fibra de vidrio, las guirnaldas de luces parpadeantes y la inconfundible voz de Bing Crosby, a pesar de la distorsión de los altavoces, interpretando «I’ll Be Home for Christmas». Un grupo de adolescentes huraños y de ojos abotagados de desesperanza y opiáceo les dedicaron una mirada prolongada cuando pasaron a su lado, como si observaran a dos criaturas en un acuario. Billy aferró con firmeza la mano cálida de su madre. Las puertas automáticas del centro comercial les abrieron paso con un leve siseo.

Una larga hilera de niños nerviosos y padres exasperados se prolongaba a su izquierda hacia el extremo de una de las alas del edificio, desde donde se atisbaba el tejado de la cabaña de Santa Claus en una colorida recreación. Una voz por megafonía pedía paciencia y recordaba que la maquinilla de afeitar Andersson, además de ser la mejor en su género, se vendía a precio rebajado. Billy y su madre ocuparon el último lugar de la cola y aguardaron pacientes. A medida que avanzaban, el pequeño divisó a una pareja de elfos afanados en repartir golosinas y pequeños paquetes envueltos en papel decorado. Poco después, le llegó diáfana la estentórea carcajada del propio Santa Claus. Asomó la cabeza de mechones cobrizos por el costado de un oficinista que sujetaba a una pareja de gemelos excitados y lo vio por primera vez, sentado en su trono de hielo. Vestía el llamativo traje de color rojo, las enormes botas y lucía una frondosa barba blanca y una generosa barriga. Reía y reía sosteniendo a una niña de cabello rubio sobre sus rodillas.

Billy Davis tragó saliva y repasó de memoria la lista que había confeccionado tras una reflexión calculada: una bicicleta AMF Roadmaster con radios cromados, un juego de magia y una figura de acción articulada Adventure Team. A lo largo del último año había hecho todo lo posible por merecer cada uno de aquellos objetos fabulosos: había cumplido con sus tareas, sin rechistar por cenar brócoli y se había cepillado los dientes cada noche, tal y como su madre esperaba de un buen niño como él. Aún absorto en estos pensamientos, la fila había avanzado tanto como para hallarse frente a Santa Claus, quien sonrió afable y lo sentó en sus rodillas.

Lo primero que Billy percibió fue un rotundo aroma en derredor, tan penetrante que le recordó a la brisa salobre que llegaba desde el puerto y se filtraba por la ventana de su habitación. Las luces del centro comercial se desvanecieron, como el anochecer en una vieja película acelerada. Un tentáculo grotesco surgió rodeando su cuerpo menudo y sembró un cauce de viscosidad sobre su hombro. El niño levantó la barbilla y descubrió que el rostro de Santa Claus había mudado a una efigie monstruosa, en poco o nada humana y similar a un batracio o a una criatura semejante, de ojos profundos que observaban aviesos el interior de su alma. Billy profirió un alarido, esquilmando de sus pulmones el último resquicio de aliento a costa del pavor que le atenazaba.

En un parpadeo todo volvió a la normalidad: las luces estridentes del centro comercial, el jolgorio, el afable bonachón que le sostenía sobre sus rodillas. Un elfo sonriente le entregó un pequeño paquete y le fotografió con una cámara Polaroid.

Su madre depositó el regalo bajo el árbol de Navidad, cerca de la chimenea. Billy lo arrojó al fuego en Nochebuena. Un reluciente tentáculo se había colado en la fotografía.


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El autor

Alexis López Vidal (Torrevieja, Alicante, 1979) es autor de artículos y relatos, ensayista y novelista. Ha obtenido diversos galardones de narrativa y poesía.
  • ISNI: 0000 0004 7765 6040

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