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La enciclopedia

I Premio del 11º Certamen «Picapedreros» de Guion
Agustín Bermejo, sentado en el sofá de la sala de estar, frota sus manos sin denuedo, como si le costara trabajo.
Alexis López Vidal access_time 10 min lectura

Agustín Bermejo, sentado en el sofá de la sala de estar, frota sus manos sin denuedo, como si le costara trabajo. Sigue sin entrar en calor y no lo entiende, pues ha incrementado la temperatura en el termostato en varias ocasiones. Viste bata y zapatillas y presenta un aspecto algo macilento. Un repentino arranque de tos hace que se incorpore hacia delante, para finalmente desplomarse de nuevo contra el respaldo. Recoge el mando a distancia del televisor de entre los objetos que pueblan la mesita que tiene delante, atiborrada de jarabes y pañuelos desechables, y cambia de canal aunque sin interesarse demasiado por nada.

Agustín Bermejo: ¡Maldito resfriado! Ya le dije a Susana que darnos un baño nocturno en la playa podía parecer romántico, pero no sensato a mediados de octubre. ¡Ni que fuéramos noruegos!

Agustín tose de nuevo y gimotea.

Suena el timbre de la puerta. Agustín apenas presta atención y continúa cambiando de canal en el televisor. Quien esté al otro lado insiste y llama al timbre un par de veces más.

Agustín Bermejo: ¡Dios mío, es que el mundo es incapaz de dejarme tranquilo ni en mi agonía! ¡Ya va!

Agustín se levanta con pesadez y abre la puerta. Descubre a un individuo que se disponía a pulsar el timbre de nuevo. Este último aparta la mano del timbre, se la tiende a modo de saludo y le dedica una enorme sonrisa. En la otra mano carga con un maletín.

Vendedor: Buenos días tenga usted, caballero. ¿El señor Bermejo, verdad?

Agustín Bermejo: Perdone, ¿nos conocemos?

Vendedor: ¡Ja! Podría decirse que sé mucho de usted, señor Bermejo. Si me permite entrar, podrá saber de mí cuanto necesite. ¿Me permite?

Agustín Bermejo: Oiga, no sé quién es ni qué quiere, pero me encuentro fatal y no estoy para visitas. Si viene usted a cobrar algún recibo, pase otro día. Si viene usted a vender, no me interesa lo que ofrezca.

Agustín hace ademán de cerrar la puerta. El vendedor retira el saludo y la retiene con la mano.

Vendedor: Pero, señor Bermejo, en el caso de que el motivo de mi visita sea ofrecerle un producto, único y exclusivo, debería añadir, ¿cómo sabe que no le interesa si todavía no le he hablado de él?

Agustín Bermejo: Porque no me interesa nada de esta parte del mundo hacia fuera, señor. Solo quiero pasar este resfriado sentado en mi sofá sin que nadie me moleste. ¿Le queda claro?

Vendedor: Sí, la verdad es que la idea de su señora de darse un baño nocturno a mediados de octubre le ha resultado a usted cara.

Agustín Bermejo: ¿Cómo sabe usted eso? ¿Quién diantres es usted?

Vendedor: Señor Bermejo, si me permitiera usted pasar todo sería más fácil de explicar. Además, no disponen ustedes de ascensor en esta finca y, claro, compréndalo, siete pisos… Le agradecería poder sentarme y…

Agustín Bermejo: Ande, ande, pase y sea breve, que ya me imagino a la vecina espiando por la mirilla, fabulando con que sea usted un cobrador de morosos o, peor aún, un inspector de Hacienda.

Vendedor: Muy agradecido.

El vendedor accede a la vivienda, mirando distraído hacia un lado y otro, como si visitara un museo. Aguarda con diligencia junto a un sillón próximo al sofá. Solo cuando el propietario cierra la puerta y se acomoda, se sienta en el sillón y coloca el maletín sobre sus rodillas.

Agustín Bermejo: Usted dirá.

Vendedor: Verá, señor Bermejo…

Con dos rápidos y simultáneos clics, el maletín se abre y descubre un voluminoso libro.

Vendedor: …represento a la Editorial Historia Inédita, orgullosa responsable de la enciclopedia…

Agustín le interrumpe con la palma de la mano, molesto. Tose ostensiblemente y, cuando se recupera, le interpela.

Agustín Bermejo: ¿Una enciclopedia? ¿Me está usted diciendo que ha venido a venderme una enciclopedia? ¡Será posible! Si me llega usted a avisar de eso en el rellano de la escalera, no le hubiera permitido la entrada. ¡Una enciclopedia! Pero, ¿todavía se venden enciclopedias puerta a puerta? Parece una bufonada. ¿Ha oído usted hablar de Internet, amigo?

El vendedor no parece contrariado. Vuelve a dedicarle una sonrisa de oreja a oreja, como si estuviera acostumbrado a esa reacción y la esperara.

Vendedor: ¡Ja! Sí, Internet, por supuesto. Verá, señor Bermejo, el contenido de la Enciclopedia Quepasa difícilmente lo encontrará usted publicado en Internet.

Agustín Bermejo: ¿La enciclopedia Espasa? Pero, ¿todavía se sigue editando?

Vendedor: No, no, por favor, no nos confunda. Yo le hablo de la Enciclopedia Quepasa, que no tiene nada que ver con la que usted refiere.

El vendedor hace un ademán de desdén con la mano. Extrae el volumen del maletín y se lo muestra a Agustín, aunque sin acercárselo demasiado.

Vendedor: Esta enciclopedia lujosamente encuadernada e ilustrada, con profusas notas a pie de página, no se ocupa de hechos perdidos en la memoria de los siglos que protagonizaron personajes que, entre usted y yo, apenas resultan de interés al común de los mortales. ¿De verdad necesitamos saber cómo le gustaba el consomé al rey Chindasvinto? Por supuesto que no, señor Bermejo, por supuesto que no. La Enciclopedia Quepasa se ocupa de temas mucho más interesantes para usted, se lo aseguro.

Agustín Bermejo: ¿Y qué temas interesantes para mí son esos, según usted?

Vendedor: ¡Pues usted mismo, señor Bermejo, usted mismo! La Enciclopedia Quepasa, edición Agustín Bermejo, única y exclusiva, narra con todo detalle lo que pasa. Lo que le pasa a usted, precisamente.

Agustín Bermejo: Ahora sí que pienso que esto es una bufonada.

El vendedor abre la enciclopedia, pasa unas hojas con cuidado, localiza una página y comienza a leer.

Vendedor: Página setecientos treinta y ocho, entrada Playa, con referencias en las entradas Noche, Torremolinos, Insatisfecha y Resfriado común. Cito: «Agustín Bermejo se mostró reacio a la propuesta de su mujer de disfrutar de un nocturno y romántico baño en la playa, quejándose del frío, de la oscuridad de las aguas, que podían esconder predadores marinos, según él, y de que ya no tenían edad para esas locuras. Su mujer pasó el resto de la noche encerrada en el lavabo de la habitación de hotel hablando por teléfono con su madre y…»

Agustín Bermejo: ¡Oiga! ¿Cómo sabe usted eso? ¿Quién se lo ha contado? ¡Me están espiando! ¿Ha sido Susana? ¿O la arpía de mi suegra?

Vendedor: Nada de eso, créame, señor Bermejo. Nuestra editorial se congratula de contar con los mejores especialistas en estadística, probabilística y, le confesaré, algo de cabalística, para narrar con todo detalle las vidas de las personas referidas. Somos escrupulosamente exactos, se lo garantizo.

Agustín Bermejo: ¡Esto es escandaloso! ¡Mi vida publicada en una enciclopedia! A disposición de cualquiera…

Vendedor: No tema por eso, señor Bermejo. Ya le he dicho que nuestras enciclopedias son únicas y exclusivas. Este ejemplar solo está a disposición de usted, por un módico precio.

Agustín Bermejo: Esto es inconcebible. Y, aunque le creyera, ¿para qué querría yo ese libro? Al fin y al cabo, mi vida es mía. Yo la he vivido. No deja de ser para mí más que un diario ampulosamente editado.

El vendedor sonríe de nuevo, como si toda la conversación siguiera un hilo conductor fijado de antemano.

Vendedor: ¿Cuánto hace que se dio usted el baño gélido en Torremolinos? Dos semanas, ¿verdad? Página setecientos treinta y ocho. Este precioso ejemplar de su enciclopedia contiene nada menos que dos mil quinientas veintitrés páginas, con diagramas aparte. Todavía hay mucho que contar sobre usted, señor Bermejo. Y estoy seguro de que es una historia que querrá conocer.

Agustín Bermejo: ¿Me está diciendo que ese libro cuenta todo lo que me va a pasar… de ahora en adelante?

Vendedor: Escrupulosamente. Somos del todo exactos, se lo he dicho.

El vendedor hojea de nuevo las páginas de la enciclopedia y lee.

Vendedor: Página setecientos cincuenta y uno, entrada Enciclopedia Quepasa, con referencias en las entradas Compras y Futuro revelado. Cito: «Agustín Bermejo, aquejado de resfriado común, recibió en su domicilio la visita del comercial de Editorial Historia Inédita que le ofreció, a un módico precio, un ejemplar único y exclusivo de la Enciclopedia que…» En fin, ya se hace una idea. La historia se escribe cada día, excepto para nuestra editorial. En mis manos tiene la oportunidad de conocer todo cuanto le deparan los años venideros, con profusas notas a pie de página.

Agustín Bermejo: ¡Se lo compro! Dígame el precio.

El vendedor extrae una tarjeta del bolsillo de su chaqueta y se la ofrece.

Agustín la toma, la lee y se sorprende. Le ataca la tos.

Agustín Bermejo: ¡Pero este no puede ser el precio! ¡Es desorbitado! Podré pagarla a plazos, al menos…

Vendedor: Lo siento, al contado y en metálico. Son normas de la editorial.

Agustín: ¡Está bien, maldita sea!

Agustín se levanta y se marcha a otra habitación. Cuando regresa, le entrega un abultado sobre al vendedor y le arranca de las manos la enciclopedia. El vendedor sonríe y se pone en pie.

Vendedor: Bien, parece que mi labor ha terminado.

Cuando el vendedor se acerca a la puerta para marcharse, suena el teléfono. Este se gira y se dirige a Agustín, que ha abierto con frenesí las páginas de la enciclopedia.

Vendedor: Es su mujer. Debería atender la llamada. Página setecientos cincuenta y dos, entrada Abandono, con referencias en las entradas Divorcio, Bancarrota y Úlcera de estómago. Que tenga una buena vida, señor Bermejo, aunque lo pongo en duda. Ya le he dicho que somos escrupulosamente exactos.


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El autor

Alexis López Vidal (Torrevieja, Alicante, 1979) es autor de artículos y relatos, ensayista y novelista. Ha obtenido diversos galardones de narrativa y poesía.
  • ISNI: 0000 0004 7765 6040

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