1. No quiero perderme el desayuno
Resta muy poco para la salida del sol cuando tres niños exhaustos concluyen la tarea que les ha ocupado gran parte de la noche. Con la última palada de tierra queda cubierto el cuerpo inerte de Nicholas Nicky Blaumann; pelirrojo, plagado de pecas, pusilánime, prescindible, enterrado en lo más profundo de un bosque de Maine.
– ¡No debimos hacerlo! – gime Jonah Spelling. La linterna entre sus manos agosta las baterías después de iluminar durante toda la madrugada.
– ¡Cállate de una vez, Jonah! – ruge Martin Hills. En sus ojos verdes restalla con virulencia un desprecio inusual para un niño de doce años – Y vámonos de aquí antes de que amanezca o todo el mundo en el campamento sabrá que pasamos la noche fuera…
– ¡Todo el mundo lo sabrá! ¡Todo el mundo sabrá lo que hicimos, Martin! – replica Jonah, agitando frenéticamente su linterna tratando de que funcione de nuevo.
– Cierra la boca, Jonah – ordena Robert Bobby Spelling. Su voz ha sonado fría, carente de afecto.
Jonah guarda silencio unos instantes, todavía perplejo por la falta de apoyo de su hermano mayor. Habría dado el tema por zanjado pero no puede ignorar que acaban de dar sepultura al cadáver de Nicky y, por encima de todo, que son directamente responsables de su muerte.
– Pero Bobby… Bobby… – Jonah trata inútilmente de que su hermano le respalde – ¡Lo buscarán!
– Eso harán – responde Bobby con los ojos clavados en el montículo de tierra removida –, lo buscarán. Mostrarán su fotografía a los conductores que paren a repostar en la gasolinera de Jimbo McKenzie y pegarán carteles en el tablón de anuncios de la tienda de ultramarinos de Wally Sturger. Y, ¿qué crees que encontrarán? Nada. Nosotros mantendremos la boca cerrada, y en unos meses nadie se acordará del tema. Como la última vez.
Bobby Spelling dice esto último muy despacio. «Como la última vez…» A Jonah se le hiela la sangre en sus delgadas muñecas.
– ¡Pero esto no ha sido un accidente! – interpela.
Martin chasquea la lengua.
– Haz caso a tu hermano – dice –, mantén la boca cerrada. Y regresemos de una vez. No quiero perderme el desayuno.
2. «Monitor» no significa nada
Para Steven Steve Salinsky, monitor en el campamento Sandy Lake, junto al lago homónimo, ha comenzado a hacerse palpable que está ante un problema serio. Los comentarios en voz baja se abrieron paso entre los cuencos de cereales y los vasos de zumo de naranja desde el instante en que se constató la ausencia de Nicky Blaumann en el comedor. Todo el mundo ha recordado instintivamente a Julia Spencer. La pequeña July, con sus trenzas de color cobrizo y sus vivaces ojos azules.
– De eso hace dos años – comenta Steve. Habla con una joven de poco más de diecisiete años pero está de espaldas rebuscando en un tarjetero circular del que penden tarjetas comerciales y notas manuscritas con números de teléfono –; no solemos hablar de ello, ¿entiendes?
La muchacha asiente aunque Steve le dé la espalda.
– El verano siguiente más de tres cuartas partes de los padres decidieron no enviar aquí a sus hijos – continúa, perdiendo la paciencia por minutos –. Estuvimos a punto de cerrar. Pero era lógico… Durante una temporada hasta yo pensé que era lo mejor. ¡Y ahora esto!
La muchacha observa la amplia espalda de Steve Salinsky; bajo el anagrama del campamento impreso sobre la característica camiseta amarillo pálido puede leerse la palabra «MONITOR». Durante varias semanas ha pensado que incluso la camisa sudorosa y manchada de grasa de Jimbo McKenzie, el alcohólico propietario de la gasolinera, en cuya pechera saluda bordado en rojo un «James» deshilachado, impone mayor respeto que la risible camiseta de Steve. «Monitor» no significa nada, barrunta, es un eufemismo de «niñera». Peor aún; de «niñero». Y habría sonreído abiertamente de no estar preocupada por la suerte de Nicholas Blaumann. Pero hoy, después de que el niño haya faltado al recuento habitual del desayuno, la palabra impresa en la espalda de su camiseta adquiere una gravedad desacostumbrada. Hace que todo el peso de la responsabilidad recaiga sobre los hombros de su ridícula camiseta amarillo pálido.
– ¡Aquí está, gracias a Dios! – exclama Steve – El teléfono de los padres del niño… Susanne – dice –, voy a telefonearles. Con suerte el crío echó en falta a su madre, hizo auto-stop desde el cruce de Green Oaks y está en casa mojando galletas en un tazón de leche caliente – no lo cree, después del incidente de July, pero es mejor que nada; es mejor que pensar en otra cosa –. ¿Podrías ir a hablar con sus compañeros de cabaña? Quizá lo vieron cuando se marchó o escucharon algo.
Susanne Phillips asiente con la cabeza. Le intriga la historia de July Spencer, pero sabe que no es momento de hacer preguntas. Mientras abandona el minúsculo barracón, que hace las veces de oficina y mentidero punto de reunión para los adictos al cigarrillo de las diez y media, aún escucha la voz de Steve.
– ¿Señora Blaumann? Steve Salinsky, del campamento Sandy Lake. Es por su hijo…
3. Está jodidamente rota
– Es su brújula – Bobby Spelling está de pie junto a la cama de Nicky Blaumann y se refiere al objeto que Martin Hills sostiene en su mano derecha y mueve de un lado para otro –. Grabó sus iniciales con mi navaja suiza. ¿Lo ves? Aquí. «N.B.» – añade arrebatándole la brújula y girándola para hacer visible la parte inferior.
– ¡No toquéis sus cosas! – Jonah no ha probado bocado durante el desayuno y su agitación nerviosa está empezando a resultar molesta.
Su hermano Bobby lo empuja con la mano libre y lo hace aterrizar de bruces en el suelo.
– ¿Qué más te da? Él ya no va a necesitarla.
– Además – apunta Martin con inquina – está «jodidamente» rota.
«Jodidamente» es una palabra que Martin ha escuchado a menudo de labios de su padre, quien la emplea con frecuencia. La cena suele estar «jodidamente» fría y la cerveza «jodidamente» caliente. En ocasiones, durante la noche, sobre todo si es viernes y su padre ha regresado de apoyar sus codos en la barra de McDougal’s, Martin le ha escuchado decir de su madre que es «jodidamente» frígida. Su pequeña mente sádica disfruta viendo a su padre humillar a su madre. Y ha disfrutado «jodidamente» enterrando a ese idiota de Nicky Blaumann. No lo soportaba. Era aún peor que el enclenque de Jonah, que se ha levantado del suelo y solloza sentado a los pies de su cama.
– No está rota. Mira la flecha – indica Bobby.
– Eres estúpido. «Jodidamente» estúpido – responde Martin. Habría que limpiar su boca con jabón si no hubiera que gastarlo todo limpiando su escrofulosa alma negra –. Apunta hacia el bosque; eso es el Este. Está «jo-di-da-men-te» rota.
4. Con cartulina y macarrones
Llaman a la puerta. Lo habitual es que se trate de un monitor. Cualquiera de los otros niños, ellos también, se mueven con libertad entre las cabañas de los campistas y nadie se molesta en llamar antes de entrar.
Indefectiblemente las miradas de Martin y Bobby se dirigen a Jonah. Este traga saliva con dificultad y no dice nada. Bobby Spelling vuelve a dejar la brújula de Nicky Blaumann junto al resto de objetos visibles que delatan su ausencia; el corrector dental que usaba durante la noche, la loción anti-mosquitos que le hacía oler a huevos cocidos y una fotografía de su perro Sparky inmortalizado dentro de un cubo de metacrilato, recuerdo de la Feria Anual de Artes y Oficios de Bangor.
Susanne Phillips abre la puerta con cierto reparo. Entiende que los niños deben estar preocupados por la desaparición de su amigo.
– ¿Os comentó que quería marcharse del campamento? – pregunta – ¿Escuchasteis o visteis algo durante la noche, tal vez? A Nicholas saliendo de la cabaña…
Martin Hills la mira con el rostro a punto de romperse en un mar de lágrimas. Se apoya en su hombro, gime durante unos segundos y una hombría que apenas comienza a esbozarse no puede evitar reparar en el aroma a perfume que emana de sus pechos adolescentes.
– Estamos preocupados, señorita Phillips – musita Martin inclinado sobre la muchacha –, ¿cree usted que le ha pasado algo malo?
– No te preocupes, Martin – le reconforta Susanne, palmeando su hombro con suavidad –. No os preocupéis ninguno – dice levantando la mirada del suelo de tablones de madera y mirando a los hermanos Spelling –. ¿Qué os parece si me acompañáis al taller de manualidades y preparamos algo especial para cuando Nicholas regrese? ¡Podemos hacer un gran cartel de bienvenida!
– ¡Sí! ¡Con cartulina y macarrones! – asiente Martin desde la calidez del regazo de la señorita Phillips. «Con cartulina y macarrones» – se repite a sí mismo – «y después haremos un castillo en la orilla del lago. Podemos usar la misma pala con la que enterramos a ese cobarde» – añade para sí y sonríe observando el rostro acongojado de Jonah.
5. Junto al embarcadero
La desaparición de July Spencer, dos veranos atrás, provocó una enorme conmoción que alcanzó a todo el conjunto de pequeños pueblos que circunvalan el parque natural de Sandy Lake. De hecho, tenía todos los ingredientes para interesar a los medios informativos. Un equipo de televisión se desplazó desde Augusta en cuanto se hizo público que la niña había dejado de ser vista el mismo día de su cumpleaños y se incluyó en los teletipos de noticias una fotografía de la pequeña, tomada la jornada de su falta, ensanchando su boca en una amplia sonrisa y llevando un gorro de pico a topos en el que se leía «Feliz Cumpleaños July», confeccionado en el taller de manualidades del campamento.
Durante las primeras semanas se sucedieron las llamadas de personas que creyeron haberla visto, comprando un helado en el G&J’s Quik Mart o subiendo a una furgoneta Ford Expedition oscura, pero al final todas las pistas condujeron a callejones sin salida y al cabo de unos meses el último agente de la última comisaría local encargado de su búsqueda dio carpetazo al asunto.
Tal vez las investigaciones hubieran tenido más éxito si alguien hubiese hablado con Martin Hills, Nicky Blaumann y los hermanos Bobby y Jonah Spelling.
– Feliz cumpleaños, July – dijo Martin. July estaba sentada en uno de los columpios situados tras el comedor. Acababan de servir la tarta; de bizcocho y nata con fresas.
– ¡Feliz cumpleaños! – dijeron casi al unísono Nicky, Bobby y Jonah.
– Gracias – respondió July y les agasajó con una sonrisa digna del primer premio del concurso Miss Pequeña Belleza South Portland.
– Tenemos un regalo para ti – aseveró Martin.
– ¿De verdad? – una pequeña reina de la belleza no puede resistirse a los regalos.
– Sí, te lo daremos esta noche. Junto al embarcadero. Ven cuando hayan apagado las luces.
6. ¿Dónde está mi regalo?
July Spencer encontró a Martin Hills recostado sobre una canoa cuando se presentó en el embarcadero del campamento Sandy Lake, a orillas del lago homónimo, la noche en que fue vista por última vez. Nicky Blaumann y los hermanos Spelling salieron de algún recodo a su espalda.
– ¿Dónde está mi regalo? – musitó July con un hilo de voz. Había empezado a sentirse incómoda.
– Antes – dijo Martin. Se había incorporado y se acercaba a la pequeña de trenzas cobrizas y brillantes ojos azules – ¡levántate la camiseta!
– ¡No voy a hacerlo, Martin Hills! – respondió July – Y voy a contárselo todo al señor Salinsky.
– ¡Cogedla! – ordenó Martin.
July se giró para emprender la huida con tan mala fortuna que resbaló en el terreno húmedo de la orilla y cayó golpeándose la cabeza contra las rocas blancas que jalonan los márgenes del lago Sandy.
– Está sangrando, Martin –Nicky Blaumann estaba inclinado sobre el cuerpo de la pequeña Miss – y no se mueve. ¡La has matado!
Martin chasqueó la lengua.
– Yo no he matado a nadie. Y si está «jodidamente» muerta, en todo caso, la hemos matado ¿vale? Todos estamos en el mismo barco…
– ¿Qué haremos, Martin? – preguntó Bobby Spelling.
– ¿Recordáis lo que nos explicó el imbécil de Salinsky acerca del lago? Lo de las corrientes y las grutas subterráneas.
– Dijo que el lago Sandy está conectado con el río Penobscot por galerías subterráneas y que las corrientes son muy fuertes – respondió Jonah como si estuviera en un programa de televisión y fuera la pregunta del millón de dólares – y que en ocasiones algunos animales, alces sobre todo, se ahogan en el lago y son engullidos por las corrientes que los conducen a través de las galerías y desaparecen para siempre.
– Bueno, ya sabéis qué hacer… – las intenciones de Martin eran claras – Ayudadme a levantar el cuerpo. Después limpiaremos la sangre.
7. ¿Eres tú, Nicky?
– Iba a contarlo todo, Jonah – Bobby Spelling agarra a su hermano menor Jonah por los hombros y le habla mirándolo fijamente a los ojos –, ¿qué podíamos hacer?
– Vamos a ir al infierno – Jonah no ha parado de sollozar en todo el día –, lo sé, lo explicó el reverendo Murphy. ¡No matarás, Bobby! ¡No matarás!
– ¡Ha quedado «jodidamente» estupendo! – exclama Martin. Ha utilizado chinchetas de colores para fijar a la pared de troncos el cartel que reza «Vuelve pronto Nicky. Tus amigos te echan de menos. Campamento Sandy Lake» – …y tú – dice dirigiéndose a Jonah –, deja de llorar por ese chivato de Nicky. ¿Dónde crees que estarías ahora si le hubiera contado a Salinsky lo que hicimos? En la cárcel. De modo que cállate de una vez. Nicky Blaumann tiene lo que se merece.
– ¡Mirad eso! – exclama Jonah súbitamente.
La brújula de Nicholas Blaumann, junto a su loción antimosquitos, su corrector dental y la fotografía de Sparky, el schnauzer que feneció bajo las ruedas delanteras de un Chevrolet Impala del 72, ha comenzado a girar frenéticamente señalando en todas direcciones.
– ¿Eres tú, Nicky? – pregunta Jonah Spelling con voz temblorosa.
– ¡No digas tonterías! – replica Martin. Un pensamiento malicioso se ha abierto paso en su diabólica cabeza de sexto curso; Jonah Spelling debería estar haciendo compañía a Nicky Blaumann en su agujero hecho a medida en mitad del bosque – Ya os he dicho que esa brújula no funciona… – Martin Hills chasquea la lengua – ¡Voy a deshacerme de ella de una vez!
Desde la ventana de su cabaña, el campamento Sandy Lake permanece tranquilo una vez que se ha puesto el sol. Martin Hills arroja la brújula a la negrura de la noche y espera no tener que hacer lo mismo con el timorato de Jonah.
– Se acabó… – masculla entre dientes. No se refiere solo a la brújula. Quiere dar el tema de Nicky por zanjado. Por el bien de Jonah, se dice, espera que este se dé por aludido.
Vuelven a llamar a la puerta. Martin Hills está casi seguro de que se trata de la señorita Phillips, pero no apostaría su vida. Los hermanos Spelling tampoco.
– Callaos… Debe ser la señorita Phillips – dice Martin finalmente.
8. La brújula apunta al muerto
Martin Hills abre la puerta de la cabaña que comparte con los hermanos Spelling y con las pertenencias del desaparecido Nicky Blaumann. Espera encontrar a la señorita Phillips, o quizá al señor Salinsky, tal vez con más preguntas acerca de Nicky o con una taza de chocolate caliente para paliar el abatimiento por su ausencia.
No hay nadie. Pero lo que encuentra a sus pies le enfurece «jodidamente». Es un gorro en forma de pico, hecho de cartulina y decorado a topos; rotulado con una caligrafía infantil se lee «Feliz Cumpleaños July». Martin Hills lo aplasta con su zapatilla deportiva del número 37.
– ¡Alguien más nos vio! – gruñe fuera de sí – Allí está… – señala. Cree haber visto a alguien que se interna en la sombras, camino del embarcadero – ¡Vamos!
Martin Hills se lanza en su persecución. No deja de repetirse que estarán «jodidamente» perdidos si quienquiera que sea se va de la lengua. Los hermanos Spelling van tras él, no tienen más remedio.
Al llegar al embarcadero se detienen en seco. Martin Hills ha trasmudado el gesto y está temblando. La superficie del lago Sandy les devuelve una réplica exacta de la luna; henchida, pálida y brillante. Su luz espectral ilumina el cadáver tumefacto de la pequeña July, que avanza hacia ellos renqueante sembrando de podredumbre cada paso. Ya no hay rastro de las trenzas cobrizas; el pelo, a jirones, deja entrever gran parte de un cráneo tachonado de pequeños moluscos de agua dulce. La antaño primorosa sonrisa es una cavidad oscura, cenagosa, en la que apenas restan un par de dientes torcidos y donde palpita una masa informe y desbordante de gusanos. Las cuencas de sus ojos están vacías, rellenas del pestilente limo que cubre el fondo del lago, y arrastra, adherida a una de las descarnadas mejillas, una lamprea que se contorsiona de manera vomitiva.
Los niños quieren correr pero del fango ha brotado una miríada incontable de gusanos y sus piernas están presas en el manto viscoso y vivo que se enrosca con fuerza a sus frágiles huesos.
– ¿Dónde… está… mi… regalo? – pregunta July Spencer, la antigua reina infantil de la belleza, muerta dos años atrás, con una voz cavernosa y repugnante.
9. ¿Qué tienes ahí?
– Steve, ya he acabado de empaquetar los utensilios de cocina – Susanne Phillips acarrea una enorme caja de cartón –. Es muy triste que el campamento tenga que cerrar…
– Cinco niños, Susanne, ¡cinco niños desaparecidos en dos años! Aunque se haya desestimado el pleito, no tengo ánimos para seguir con esto – Steve Salinsky tiene la mirada perdida y sus dedos juguetean nerviosos con un objeto metálico.
– ¿Qué tienes ahí?
– Una brújula. La encontré tirada. La pondré junto al resto de objetos perdidos que nadie va a reclamar, aunque está estropeada.
– No lo parece – dice Susanne observando el ondulante movimiento del indicador.
– Lo está. Fíjate. Señala al Sur, en dirección al lago.
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Publicado previamente en Bar Matrioshka y otras historias, ISBN: 978-84-616-3634-1, 2013.
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