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Azarías

I Premio del I certamen de Relatos Cortos «Iguña / Anievas»
Despertó del dormidero de una encina vieja por el crujido de una rama.
Alexis López Vidal access_time 3 min lectura

Al niño Miguel le agradaban distintas cosas de sus veranos en el valle de Iguña, a saber: disfrutaba de recorrer los senderos paralelos a riachuelos escondidos, anotando su ubicación en un cuadernillo y esbozando sus particularidades, notas que ampliaba año a año; gustaba de observar el camino de la luz del sol a través del follaje, maravillado de las distintas tonalidades de verde que adquirían en una misma planta por su sola acción; por último, cuando el camino se había hecho largo por entre lo más recóndito del bosque, apoyaba la espalda contra un tronco grueso y cerraba los ojos hasta quedarse dormido.

Despertó del dormidero de una encina vieja por el crujido de una rama.

A un palmo de su nariz, todavía con los ojos turbios por el sopor no espantado del todo, se encontró el pico de un pájaro negro y dos ojillos todavía más oscuros que lo coronaban mirándole de frente. Miguel se apretó contra el tronco de la encina y estiró el cuello como para escurrirse, aunque se quedara clavado y temblando por la impresión.

– No te asustes – lo tranquilizó un hombre detrás del pájaro –, se llama bonita y yo, Azarías.

Azarías tenía el rostro surcado por arrugas largas e intrincadas como el lecho de un pantano seco y unos ojos francos y abiertos como una aldea que resurge al desaguarse aquel.

Bonita dice que podéis ser amigos – añadió Azarías.

– ¿Se puede ser amigo de un pájaro? – preguntó el niño.

El viejo acomodó el pájaro en su hombro y sonrió, y sus arrugas se hicieron más profundas y más sabias.

– Se puede – respondió –. Un hombre puede ser amigo de una grajilla como mi bonita, de una semilla y acompañarla hasta que germine, de un árbol que te acuna o de un lebrel, y de otro hombre al que no se conocerá nunca porque ha nacido en otro tiempo pero que ha compartido contigo el mismo camino que dejaste escrito en ese cuadernillo tuyo.

– ¡Miguel Delibes Setién! – le reclamó su padre, con la severidad que solo un progenitor ostenta llamando a un hijo por su nombre y los dos apellidos.

Miguel se despidió de Azarías con un gesto de la mano y una sonrisa amplia y luminosa como una media luna acostada sobre su barbilla. Acababa de salir al claro en el que le aguardaban cuando la sombra del ave en vuelo se dibujó delante de sus pies. Al levantar la cabeza, no halló rastro de la grajilla. En su lugar encontró un cielo surcado por nubes de palabras que se perdían más allá de las cumbres en el horizonte.


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El autor

Alexis López Vidal (Torrevieja, Alicante, 1979) es autor de artículos y relatos, ensayista y novelista. Ha obtenido diversos galardones de narrativa y poesía.
  • ISNI: 0000 0004 7765 6040

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