Me llamo Julia. Para los filólogos, como yo misma, es ampliamente aceptado que el nombre deriva de la forma latina arcaica Iovilios, que podría traducirse como «consagrado a Júpiter». Tengo ochenta y cuatro años. A esta edad soy consciente, a resultas de toda una vida, de que mi carácter no es, por decirlo de un modo suave, de lo más amigable. Siempre he sido una persona estricta, tanto conmigo misma como con los demás, porque creo firmemente que solo así el ser humano puede alcanzar su plenitud intelectual y social. Esta cualidad me ha granjeado cierta fama de huraña, a lo que, como señalo, no me opongo a estas alturas. Por ello mismo me resultó inaceptable el comportamiento de sus hijos desde un primer momento, desde las primeras carreras salvajes por el pasillo sobre mi techo, los gritos, el bote de balones… ¡de balones en un piso! Los balones se usan para el desarrollo físico en condiciones apropiadas, como pistas deportivas, y no sobre el linóleo de un piso modernista que, le hubiera hecho saber, acogió antes que a usted a un matrimonio de lo más cabal. Y entonces, entre carreras, balones y vocerío, llegó la enfermedad. Que se convirtió en pandemia. Y con ello la reclusión. ¿Comprende usted mi sentir al entender que, privada de libertad, debería soportar día y noche la tortura adicional del tribalismo galopante de sus hijos? No es la mejor receta para sobrellevar la angustia y el miedo al que me vi sometida en aquellos días. Y para colmo, se permitió usted la licencia de deslizar aquella nota bajo la puerta.
SENYORA, SI USTÉ NO PODER DE IR A COMPRAR COZAS YO BOY A SUPERMERCADO PARA USTÉ. DIGAME QUE NEZESITA. SOI SU VEZINA
Había tanta desfachatez en ese escrito, semejante atentado contra la gramática y la ortografía, que no pude por menos que romperla en pedazos y arrojarla con desdén a la basura. Allí es donde debían estar sus lisonjeras intenciones. Primero aprendan a convivir, demuestren que son personas de bien, y después ofrezcan su ayuda. Con todo, pese al tajante silencio como respuesta, continuó usted empecinada en esta actitud de samaritana impertinente, colgando de mi puerta una bolsa con leche y huevos. Alimentos que evidentemente no toqué, sopesando las negligentes medidas higiénicas de su hogar y atendiendo al hecho innegable de que el confinamiento, como no podía ser menos, acabaría pronto. No fue así, y días más tarde usted retiró la bolsa en silencio, tal y como observé a través de la mirilla, sin hacer el mínimo gesto ni levantar el rostro hacia mi puerta. Dejó una nueva remesa de alimentos y se marchó. Continuó haciéndolo. Una y otra vez, hasta que una mañana la bolsa pendiente del pomo había desaparecido al otro lado de la puerta de estilo modernista. No se inmutó, no sonrío con afección ni mostró el orgullo del victorioso. Dejó una nueva bolsa y se marchó. Lo que ha continuado haciendo semana tras semana, mes tras mes, a lo largo de todo este año que pesará en el recuerdo perecedero de los ancianos como yo y de las jóvenes generaciones que nos sucederán.
Sé que no soy una persona amigable, soy una huraña filóloga jubilada, carente de familia y llena de prejuicios, que hoy quiere decirle algo desde el fondo de su corazón.
GRAZIAS. GRAZIAS POR TODO. A SIDO MI ANJEL. LE DESEO FELIZ NABIDAD A USTÉ Y A SUS IJOS. MI PISO ES HAMPLIO, CUANDO TODO PASAR ESPERO QUE BAJEN A CORRER POR MI PASILLO
Descarga Me llamo Julia en eBook
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las Leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.
Suscríbete
Únete a los lectores que tienen acceso a textos inéditos, descargas y novedades entregadas en su correo cada semana.