La noche agosta el enlutado ropaje y se viste de tules ambarinos, que translucen el resplandor de las estrellas tiñéndolo de los cálidos matices del amanecer. Como si al despuntar el alba se quebrase un sortilegio, con las primeras luces emerge el puerto de Mogador, hasta entonces desvanecido en el ciego sepulcro de la nada. Una hilera de cañones se aposta frente al mar, observando con sus ojos ciclópeos el horizonte. A sus espaldas, la ciudad dormita cobijada en el interior de sus murallas. El sueño es húmedo y no se diluye nunca, trocado en sopor durante el caluroso día. Las calles cerraron las cientos de bocas de sus puertas y se resisten a hablar, aunque pronto el muecín desgrana su canto y las mujeres reciben con el suyo, gutural y áspero, a los barcos que atraviesan el angosto paso de la bahía. El arpegio de sus voces reverbera en las estrechas gargantas de las callejuelas, se eleva como un halcón de Eleanora a lomos de los vientos Alisios alcanzando la costa de Essaouira. Y así, con las nuevas luces y las voces nuevas, acaba la noche de berbería.
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Publicado previamente en Bar Matrioshka y otras historias, ISBN: 978-84-616-3634-1, 2013.
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