Sentía un entumecimiento en las piernas producido por las horas de vuelo y la acostumbrada estasis en que la sumían el pudor y la vergüenza de interactuar con otros; siquiera para levantarse de su asiento. Subió a un taxi acongojada por la extrañeza de saberse en una ciudad distinta donde, si dispusiera del coraje soterrado bajo el peso de años de decepciones, podría ser una persona también distinta, como la ciudad. Las calles comenzaron a difuminarse, a espaciarse y desaparecieron. Llegó a su destino temerosa de que el conductor advirtiera su emoción y se viese nuevamente expuesta.
El Jardín de la Ninfa hacía honor a su apelativo; el más romántico del mundo.
– Qué hermoso – dijo al fin.
El niño que le negó su primer beso, el adolescente que la humilló haciéndole creer que la invitaría al baile de primavera, la cita a ciegas que nunca se presentó, las amigas que afeaban sus vestidos y su maquillaje, todos, respondieron a su espalda.
– Tú lo eres más.
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